Una plaza de toros albaceteña a la sombra de la Torre Eiffel

14.09.2022

El empresario albacetense Leoncio Rodríguez promovió junto con Mariano Hernando la construcción de un coso taurino para la Exposición Universal de 1889, a escasos metros de la Torre Eiffel, pero que acabó en ruina


El arquitecto hellinero Justo Millán se encargó del diseño y de su ejecución en la Rue de la Fédération en menos de un mes, pero años después todavía no había cobrado ni la mitad de sus honorarios


El detonante del estrepitoso fracaso de la empresa albacetense fue que había otras cuatro plazas de toros más y el escándalo provocado por 'Lagartija', que mató a un toro, cuando estaba prohibido


Plaza de Toros de l'Exposition (Revista de Albacete y su Feria de 1955)

Los albaceteños y albaceteñas siempre han hecho de la necesidad, virtud, y han tratado de sacar rédito, por ejemplo, a su emplazamiento como cruce de caminos. Pero resulta que, como tierra de gentes emprendedoras, también han sabido indagar allende nuestras fronteras en busca de oportunidades económicas.

Hubo un tiempo en el que las Exposiciones Universales suponían un antes y después en el desarrollo económico y urbano de las ciudades e incluso, de los países. Y los franceses, siempre muy hábiles, vieron en estos eventos internacionales una oportunidad de reivindicarse ante el resto del planeta. Y de ahí que fueran numerosas las Exposiciones Universales que promovieran y desarrollaran: 1855, 1867, 1878, 1889, 1900, 1931 y 1937 fueron manifestaciones de envergadura y constituyeron formidables escaparates para Francia.

Pero es indudable que la celebrada en 1889 es la que ha pasado a la historia y es la más recordada por un acontecimiento sobresaliente: la inauguración de la Torre Eiffel, diseñada por el ingeniero Gustave Eiffel y su equipo. En apenas dos años se levantó en el Campo de Marte ese icono del país galo, que se eleva 300 metros sobre el suelo parisino.

Un mirador excepcional desde el que, también, en 1889, se pudo contemplar otro monumento, además, de inspiración y capital albacetenses: una plaza de toros, una de las numerosas aportaciones que realizó España, más allá de su espectacular pabellón, de estilo mozárabe y diseñado por el arquitecto Arturo Melida. Fueron diversos los agricultores que llevaron hasta la ciudad del Sena sus productos agrícolas.

La Exposición Universal de Paris de 1889 debía ofrecer un compendio del esfuerzo industrial e intelectual del mundo entero... Pero también de su cultura. ¿Y que aportó España? Lo recoge perfectamente Manuel Viera de Miguel en su trabajo El imaginario visual español en la Exposición Universal de París de 1889: España de moda. Nuestro país llevó hasta la capital francesa "flamenquería y toros". Y es que los españoles y españolas en aquel momento no podíamos competir industrialmente con las grandes potencias.

La iniciativa

Y así fue que el abogado, empresario y aficionado taurino Leoncio Rodríguez, embriagado por La vie en rose que parecía abrirse camino desde tierras francesas, se puso manos a la obra para levantar una plaza de toros del gusto de los franceses y francesas y de los millones de personas que finamente acudieron a contemplar esa maravilla que era -y es- la Torre Eiffel.

Justo Millán
Justo Millán

En su aventura, Leoncio Rodríguez busco compañeros de viaje, que encontró en un empresario llamado Mariano Hernando, con el que formó la sociedad Enterprise Hernando y Cia. Después, llegó el momento de buscar al arquitecto que debía diseñar este efímero coso, que se ubicó en la Rue de la Fédération, entre sus números 18 y 26, donde en la actualidad se levanta un imponente edificio que alberga la Agencia Internacional de la Energía.

Los promotores del proyecto decidieron recurrir al prestigioso arquitecto hellinero Justo Millán, entonces, residente en Murcia, ciudad en la que construyó su plaza de toros, que no fue la única en la que quedó plasmado su talento en la vecina provincia. Otros cosos que salieron de su ingenio fueron los de Lorca, Cieza o Abarán. Y su labor internacional no quedó sólo circunscrita a París; también recibió el encargo de proyectar una plaza de toros en Argel, capital de Argelia.

El 9 de abril de 1889, el Diario de Murcia publicaba la noticia indicando que Justo Millán "ha recibido dos telegramas de París, en los cuales se le dice que si se compromete a dirigir allí la construcción de una plaza de toros, de madera, capaz para 20.000 personas". Su respuesta quedó entonces pendiente de una serie de datos que, una vez conocidos, le convencieron. Pues bien, el 9 de mayo, el mismo periódico confirmaba que el hellinero había aceptado el encargo, y que ya para ese momento tenía el proyecto redactado, una plaza de toros para 22.000 personas que, según el rotativo, recibió el aplauso y reconocimiento de "eminentes artistas" de Francia.

Repasando la relación epistolar y telegráfica entre la compañía promotora y el eminente arquitecto, era casi imposible negarse. Según recogió Josefina Martínez Serrano en un escrito recuperado por Juan López Docón, en una carta firmada en París el 7 de abril de I889 en nombre de Hernando y C. se le formuló el encargo y se le sugirió que se basara en los planos de la de Murcia, fechada también en 1887. "Respecto a proposiciones, lo dejaríamos a su discreción, teniendo en cuenta que en último término de lo que se trata aquí es de dejar el pabellón bien dispuesto y hacer más negocio que los otros", añadía la compañía.

Lo de "los otros" no era una afirmación baladí, sino que se atenía a una realidad contante y sonante. Sí, porque para esa Exposición Universal de París había hasta cinco proyectos de plaza de toros. Vieira de Miguel indicó, en su trabajo El imaginario visual español en la Exposición Universal de París de 1889: España de moda, que la Ciudad de la Luz se vio invadida por toda una serie de espectáculos de cante y baile flamenco, incluso por corridas de toros, "eso sí, sin derramamiento de sangre".

15.000 pesetas para Justo Millán

Justo Millán solicitó unos honorarios por el diseño y dirección de obras de la plaza de toros -se trasladó a París para encargarse directamente de su ejecución- de 15.000 pesetas. Bautizada como Plaza de Toros de l'Exposition, estaba construida en madera y dotada de los correspondientes palcos. Los obreros contratados por Enterprise Hernando y Cia., invirtieron 28 días en levantarla ante la mirada de la Torre Eiffel, situada a menos de 800 metros.

Leoncio Rodríguez hizo de París su residencia durante unos meses, pendiente de que su inversión llegara a buen puerto. Pero no marchó solo, sino que, según reflejó Alberto Mateos en un artículo publicado en la Revista de Albacete y su Feria de 1955, le acompañó Godofredo Vidal, "simpático y popular industrial ebanista, fundador del teatro de su apellido en la calle de Ricardo Castro y coadyuvante de don Leoncio con carácter permanente".

La embajada albacetense la completaban Miguel Prieto, Juan Catalán -popular maestro carpintero conocido como El Ché, debido a que, siendo de Minaya, usaba frecuentemente esta interjección por haber vivido en Valencia-, Marcial Fernández, artesano pintor que poseía el secreto de una suerte de pintura incombustible, y Francisco Sánchez León, que hizo las veces de intérprete, según Alberto Mateos.

Mientras tanto, en Albacete los trabajos para convertir en realidad la Plaza de Toros de l'Exposition no paraban. También era necesario fabricar los cajones de madera en los que transportar hasta París a los 36 toros de los señores Flores, Valentín, Mateo e Higinio. Con la premura como una espada de Damocles sobre la plaza albacetense, el taller de Federico Vidal y José García Mora no paraba, y bajo la dirección del maestro Antolín García, se concluyó con las cajas para enviar a las reses a tierras francesas. Otro obstáculo que pudieron superar los albacetenses y no caer derrotados ante el otro proyecto taurino potente, el del Bosque de Bolonia, capitaneado por el Duque de Veragua, que había acaparado todos los cajones disponibles en las carpinterías especializadas de Getafe y Villaba, en Madrid.

Seria competencia

Precisamente, esa plaza, la del Bosque de Bolonia, era la que realmente suponía una competencia seria para el proyecto manchego. Detrás de ella, ganaderos y empresarios españoles, que financiaron los tres millones de francos que costó, con el apoyo también de la Embajada española. Pero su trayectoria no fue inveterada, ya que sólo aguantó hasta 1892. Y, además, su inauguración llegó el 10 y el 11 de agosto; es decir, que la albaceteña abrió sus puertas casi dos meses antes.

Grabado del Paseíllo del festejo inaugural, el 28 de junio de 1889 (Revista de Albacete y su Feria de 1955)

La inauguración

El nuevo ruedo parisiense con sabor albacetense estaba listo el 28 de junio, semanas después de la inauguración oficial de esa Expo. Y es que el objetivo era adelantarse a los otros proyectos taurinos que iban a transformar el paisaje urbano de la capital francesa, tal y como describió en una de sus crónicas el escritor y periodista navarro Federico Urrecha: "Con tal ímpetu se ha apoderado de los empresarios la explotación de la afición, problemática aún, del público parisién por los toros, que desde la segunda plataforma de la Torre Eiffel se ve distintamente las siguientes plazas: tres terminadas, dos de ellas en la calle de la Federación -una de ellas la albacetense- y otra en construcción frente a aquellas, en la orilla derecha del Sena; otra, las Arenes Landaises, en no recuerdo cuál muelle, y la última, la verdaderamente seria y en la que se ha de resolver muy pronto si la diversión encaja, allá lejos, junto al Bosque de Bolonia, en la calle Pergolese".

Juan Ruiz 'Lagartija' (CHÁCHARA TAURINA EDITORIAL IBEROAMERICANA)

Comenzó su trayectoria el coso manchego el 28 de junio. El primer festejo contó en el cartel con Antonio Carmona El Gordito, Fernando Gómez El Gallo y Juan Ruiz Lagartija, y entre el público, la exreina de España, Isabel II, la de los Tristes Destinos» o la Reina Castiza. Pero el público no respondió como esperaban los promotores, todo lo contrario, a esta plaza de toros.

Según Alberto Mateos, "se celebraron un buen número de corridas con los tendidos convertidos en campos de soledad", unos festejos en los que todo era puro simulacro, "las garrochas sin puyas, las banderillas sin arponcillo, las espadas sin punta, los toros embolados, la más mínima efusión de sangre estaba prevenida", añadía el historiador albacetense en su artículo de 1955.

Escándalo y cierre

Y en uno de esos festejos edulcorados -la prensa taurina de la época se burlaba sin cortarse un pelo, y se refería a la suerte del plumero, esa mala copia de la suerte suprema-, el diestro murciano Juan Ruiz Lagartija, cansado, superado por no poder ejercer el arte del toreo como correspondía, se dirigió al palco y pidió al presidente permiso para "hacer polvo al bicho de un volapié hasta las cintas". El responsable del espectáculo, quizá, desconocedor del castellano, asintió con la cabeza o algo parecido, pero el caso es que el diestro murciano entendió que tenía la aprobación del monsieur en cuestión, y tras unos cuantos muletazos, "propinó a la res, no el volapié que anunciara, sino un sablazo pescuecero que determinó la muerte del animal por abundante hemorragia", según narró Alberto Mateos.

Y todo hay que decirlo, ya que esa labor de Lagartija no fue limpia, sino que el torero requirió de "cuatro pinchazos y una estocada, y el cachetero, cinco puntillazos para rematarlo", señaló la crónica del festejo publicada por El telegrama de Loterías y Toros el 10 de julio de 1889.

Y llegó el acabose, el final, la ruina... El público puso el grito en el cielo, y representantes de la Sociedad Protectora de Animales bajaron al albero para hacer visible su malestar y, de paso, cargar contra Lagartija -que fue cogido en dos ocasiones durante este festejo-, amenazándole incluso con regalarle una tunda. El telegrama de Loterías y Toros apuntó al respecto que "la policía bajó al redondel, recogió los estoques" y "prohibiendo las muertes de los toros", como mandaba la normativa francesa al respecto.

Toros en Paris (EL TOREO CÓMICO 1889)

Y ese fue el epílogo de esa pica albacetense en París. Desde entonces, se acabó la fiesta en ese ruedo de madera. Los promotores y su entorno se desperdigaron. Cobarde el último. Es más, en la prensa, en el Diario de Murcia, el 7 de julio se daba cuenta de la marcha -hay quien lo calificó de huida- de Mariano Hernando, el copromotor de la plaza de toros diseñada por Justo Millán, dejando el marrón al albacetense Leoncio Rodríguez, a quien los fondos se le habían agotado, y no le quedaba con qué encender. Y nunca mejor dicho.

El coso echó el cierre, la sociedad se disolvió de mala manera y hasta la madera que conformaba la estructura de la plaza acabó en manos de los parisinos y parisinas, que la destinaron a leña y otras finalidades. Un caos económico para Leoncio Rodríguez, que afectó a Justo Millán, ya que cuatro años después, todavía le quedaban por cobrar 7.368,45 pesetas de los emolumentos pactados. Y que, al parecer, nunca percibió.

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