Los fielatos y el motín del pan

30.01.2024

Numerosos grupos de mujeres se amotinaron en Albacete en el final del Siglo XIX contra la subida del precio de alimentos de primera necesidad tras el cambio de gestión de los fielatos, un levantamiento que trascendió más allá de nuestro país


Estas 'aduanas municipales' se distribuían por todas las entradas de la capital, desde la Feria a la Estación de Ferrocarril, pasando por las calles San Antonio, Tejares y Rosario; en el Matadero; en la carretera de Jaén o en las puertas de Valencia, Madrid y Murcia, entre otros


Grabado que recoge un motín contra los fielatos.


El impuesto sobre las mercancías que se cobraba en los accesos a la ciudad llevó a muchos albacetenses a la picaresca, a 'matutear', tratando de introducir alimentos y otros artículos sin pagar las tasas municipales


Tras la Guerra Civil, se abrieron numerosos procesos judiciales por los hurtos cometidos por ciudadanos que, hambrientos y haraposos, buscaban algo que echarse a la boca o ropa para vestirse y protegerse del frío


Durante más de un siglo, en los ayuntamientos de nuestro país y, por ende, en Albacete, funcionaron lo que se denominaban fielatos, aduanas municipales en las que se cobraban los arbitrios y tasas sobre las mercancías que entraban en la ciudad. Así, junto con su función recaudatoria, servían para ejercer cierto control sanitario sobre los alimentos que llegaban a las poblaciones. De ahí que también fueran conocidos como estaciones sanitarias. Y su peso en la economía de los Consistorios era más que importante, puesto que los impuestos que se cobraban suponían entre el 50 y el 70% del total de los ingresos municipales.

La normativa que los regulaba era muy abundante, y se renovaba con cierta frecuencia. Muchas eran las aclaraciones que realizaba el Ministerio de Hacienda para determinar de forma correcta y eficaz su funcionamiento. Y así, recurrimos al Boletín Oficial de la Provincia, donde aparece, en enero de 1857, una primera referencia. Fue cuando la reina Isabel II aprobó unas instrucciones para la administración y recaudación de estos impuestos sobre especies y artículos empleados como materias primas para algunas industrias. Pero se exceptuaban el vino y el aceite que se utilizaban en la fabricación de aguardiente y jabón.

¿Quién tributaba?

Pero, ¿quién tenía que pagar esas tasas? Pues depende, ya que correspondía al consumidor si las especies eran de cosecha propia, fabricación, depósito, tráfico y granjería, y por el vendedor si las mercancías que entraban en la ciudad eran para consumo inmediato. Años después, en julio de 1874, nueva instrucción del Ministerio de Hacienda, en la que quedaba claro que las mercancías a gravar eran todas, independientemente de su origen nacional, de las colonias o del extranjero.

En este punto, cabe destacar que, según publicó la directora del Archivo Histórico Provincial, Elvira Valero de la Rosa, se conserva un documento de 1861, que desvela que, en atención a las repetidas quejas de los vecinos por el cobro, entendían, que injusto de las tasas en las aduanas de las puertas de Madrid y Valencia, el Ayuntamiento de Albacete se dirigió al director de Obras Públicas, solicitando remedio a los agravios recibidos.

Y es que, según parece, aunque los vecinos no emprendieran viaje más allá del radio legal y únicamente fueran o regresaran de cuidar sus huertas, «ya sea conduciendo o sin conducir granos y efectos de su labranza, o sencillamente cuando tan sólo salen en carruaje o caballería a recreo teniendo o sin tener heredades que visitar», eran interceptados por los cobradores de impuestos de los citados portazgos y les obligaban a pagar las tasas correspondientes.

Desde la salida a la postura del sol

En cuanto al horario de funcionamiento de estas aduanas locales, el concepto del tiempo era ciertamente curioso: "Los fielatos serán abiertos a la salida del sol y cerrados a la postura del mismo", indicaba la normativa, aunque, ojo, el Ayuntamiento podía prorrogar la jornada en las épocas que estimase conveniente, por ejemplo, en momentos de recogida de las cosechas, con el trajín que se generaba de cereales y otros productos agrícolas.

¿Y quién debía pasar por estas fronteras? Las instrucciones de Hacienda matizaban que los equipajes de viajeros cuyos dueños manifestaran no contener especies de adeudo no debían ser reconocidos ni abiertos, el "nada que declarar" de hoy en día en cualquier aeropuerto, eso sí, "a no ser en el caso de vehemente sospecha de ocultación". Y lo mismo debía observarse "con los carruajes de lujo a su entrada en las poblaciones". Siempre hubo clases. Y en cuanto a los correos y diligencias, estos carretones debían ser acompañados por el personal municipal responsable desde los fielatos -los llamados fieles- hasta el punto de su descarga, donde les debían exigir los derechos y recargos de las especies que transportaban.

Es evidente que donde hay impuestos es posible que asomen malas prácticas. Un ejemplo: en febrero de 1885, el Ayuntamiento albaceteño ordenó el cese de un buen puñado de empleados municipales, desde personal de Consumo y de los fielatos a guardias, por haber intervenido en un fraude en el peso de unos envíos de carne llegados al Matadero. Pero las sanciones no eran sólo para el personal, sino también para los comerciantes o para los ciudadanos a título particular que pretendieran engañar a la hora de hacer frente a los impuestos sobre las mercancías, lo que popularmente se denominaban matutes. Y, es más, quien era cazado, junto con la sanción correspondiente, al matutero en cuestión se le privaba de su mercancía. Y hablamos de un poco de todo, aguardiente, velas, aceite…

Muchos fueron los fielatos que funcionaron en la ciudad a lo largo de su dilatada historia. Los hubo en la Feria, en la Estación de Ferrocarril, en la calle San Antonio, en la calle Tejares, en las puertas de Valencia, Madrid, Murcia, en la calle del Rosario, en el Matadero o en la carretera de Jaén. Desde mediados del Siglo XIX hasta superada la mitad del Siglo XX, estas casetas de control se ubicaban en los accesos de este cruce de caminos que era y es nuestra ciudad. Y para atenderlas, se llegó a contar con personal militar, reenganchado para labores de fieles, con sueldos anuales de 750 pesetas en el final del Siglo XIX.

Plano de fielatos en la ciudad de Albacete en el final de los años 20 del pasado siglo. / ARCHIVO MUNICIPAL DE ALBACETE

El motín del pan

Precisamente, uno de los sucesos más destacados de cuantos contaron los periódicos en aquellos años, y no sólo en Albacete y de toda España, sino también de Nueva York, tuvo a los fielatos como protagonistas. Sí, fue el episodio que se dio en llamar el 'Motín de Albacete', y que arrancó el 3 de julio de 1897, sábado, en torno a las seis de la tarde.

Fue una protesta contra la decisión administrativa de dejar en manos de una sociedad alicantina la gestión de los fielatos, lo que tuvo efectos colaterales sobre el precio de algunos alimentos de primera necesidad. Numerosos grupos, compuestos en su mayoría por mujeres, incendiaron buena parte de las casetas en las que se cobraban los impuestos a las mercancías e, incluso, según algunos periódicos, apalearon a varios empleados.

Las alborotadoras, provistas de látigos, hachas, garrotas, palos y latas de petróleo, marcharon desde la Puerta de Valencia hasta el Gobierno Civil, donde una comisión de estas mujeres se reunió con las autoridades, incluido el alcalde, Carlos Domingo Gómez. Pero el tumulto seguía en la calle, apenas contenido por las pocas parejas de la Guardia Civil de servicio. Tras una negociación más que tensa, las mujeres incluso aplaudieron a los responsables políticos, a los que convencieron para que se encargara al Consistorio de nuevo la gestión de los fielatos.

Esa paz se tornó de nuevo en motín por la noche. Parece que la palabra dada no era de fiar. Entonces, a las rebeldes se sumaron bandas de hombres que quemaron el resto de las aduanas, destruyendo con ello toda la documentación y llevándose el dinero. Los alborotadores, no contentos con ello, se dirigieron a varias fondas en busca de quien se había hecho con el arriendo del negocio de los consumos, pero no lo localizaron. Las cosas se calmaron, aunque la población que se había levantado no salía de su desconfianza.

Ante las dimensiones que estaba tomando el motín, llegaron a Albacete 60 guardias civiles y fuerzas de infantería y caballería. Fueron varias las jornadas en las que los fielatos dejaron de funcionar, con lo que entraron en Albacete grandes cantidades de aceite, vino y otros géneros sin que los correspondientes comerciantes pagaran ni una peseta.

La población levantada exigió una bajada del precio del pan, y con esa protesta recorrían las calles, a lo que los tahoneros respondieron anunciando un abaratamiento de sus productos, pero cuando llegara nuevo trigo. Y curiosa resulta la preocupación de algún rotativo, como el Heraldo de Baleares, que destacaba que, entre las consecuencias de esta rebelión ciudadana, se tuvo que suspender un banquete en honor de los generales que habían intervenido en Cuba y en Filipinas. Poca empatía.

Trileros

Fielato de la carretera de Murcia. / FERNANDO COTILLAS

El asunto terminó solucionándose, lo cual, no quiere decir que a partir de ese momento los fielatos funcionaran como la seda. Ni mucho menos. De hecho, los trileros de las aduanas seguían con sus trampas y trataban de matutear. A saber, en 1926, un cabrero fue sancionado con 100 pesetas porque, según El Diario de Albacete, los cuatro cántaros de leche que pasaron por el fielato eran supuestamente puros, pero personada después la policía en el establecimiento en los que el lechero realizó la venta, ya se habían despachado tres cántaros y el que quedaba tenía el 36% de agua, "donde se prueba que el fraude estaba hecho después de pagar el consumo, naturalmente", dejaba claro el periódico.

Y otra anécdota, en 1929, El Diario de Albacete incluyó en la sección de sucesos una noticia con el titular de "huevos rotos". Resulta que un hombre, Justo Muñoz, de 61 años, se presentó en la Comisaría de Vigilancia denunciando que al ir al fielato de San Antón a recoger un cajón de huevos que le enviaron de su pueblo, Riópar, se lo encontró roto, con la mercancía deshecha, en concreto, 62 docenas y media de huevos, con un precio total de 187,50 pesetas. El afectado solicitó que quien le había ocasionado tal desaguisado, Juan Pedro Martínez, que conducía una furgoneta con matrícula de Jaén, le indemnizara. "Justo pide lo justo", concluía la noticia.

Para aquel entonces, según la documentación que obra en el Archivo Municipal, el listado de fielatos y casetas para el cobro del impuesto de consumo era notable. Los había en la Feria, en la Puerta de Chinchilla, en el Matadero, en la Calera, en la calle del Rosario, en la calle Tejares, en la Puerta de Valencia, en la Puerta de Madrid… entre otros. Pero los fielatos, que ya sumaban años de historia, necesitaban de un repaso. Y sin duda, uno de los de mayor tránsito era el situado en el entorno de la Estación de Ferrocarril. El primigenio que se ubicó en la zona se había quedado desfasado y, por lo tanto, ya no era operativo en un momento en el que el trasiego era mucho.

Planos del nuevo fielato de la Estación de Ferrocarril y carta del alcalde Virgilio Martínez dirigida a la compañía MZA, informando de la remodelación de los fielatos. / ARCHIVO MUNICIPAL DE ALBACETE

Por ello, ante la modificación del régimen económico en esa naciente II República, el Ayuntamiento decidió levantar dos nuevas casetas para, según rezaba el acuerdo firmado por el alcalde republicano Virgilio Martínez, en diciembre de 1931, "poder vigilar mejor la introducción de las especies sujetas al impuesto de consumos". Para ello, y puesto que los solares escogidos lindaban con los terrenos de la compañía de ferrocarril MZA, se le solicitó autorización. Y comenzó la tramitación, con un presupuesto de las nuevas edificaciones de 6.376 pesetas.

Cambalaches

El paso de los años no había reducido la picaresca, ni mucho menos, por lo que. en enero de 1934, el Ayuntamiento decidió, según publicó la prensa, tomar medidas "ante las anomalías detectadas en la recaudación de arbitrios en los depósitos para la venta de especies", y que se achacaban a "ciertos funcionarios" en combinación "con algunos comerciantes de la localidad". Así, entre otras medidas, se impuso mayor control de la documentación de entradas y salidas de mercancías, que se pasaron a custodiar en buzones bajo llave.

El tiempo pasó, la Guerra Civil concluyó, y el hambre tomó posesión de la vida de los albacetenses. Había que buscarse la vida más allá de las siempre limitadas cartillas de racionamiento. Y eran algunos los ciudadanos que recurrían al estraperlo, sí, pero también al hurto. Y se enfrentaban a la justicia, fuera lo que fuera el botín. Hay numerosos casos de procedimientos judiciales abiertos por bienes sustraídos en los fielatos tales como corderos, cajas de sardinas, habas, pantalones de cuadros, calzoncillos, trajes usados o monos de peto. No había ni para comer, ni para vestirse. Ya saben lo que dijo Einstein, que era un sabio: "Un estómago vacío, es un mal consejero".

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