Cine y resiliencia en Hoya-Gonzalo
El 'Ideal Cinema' representa la crónica de la familia de Fermín Núñez, alcalde republicano represaliado, que transformó el entretenimiento en un símbolo de resistencia y emprendimiento en la España de posguerra
La primera sala en abrir en esta localidad albaceteña fue 'Las Arenas', cuyo promotor, Amancio Martínez, en medio de la autarquía franquista, se comprometió a emplear solo elementos de procedencia nacional
La familia Núñez, responsable del Ideal Cinema, del baile y de un comercio en Hoya-Gonzalo.
En la mitad de los años 50, el cine estaba en pleno apogeo como forma de entretenimiento en una España marcada por la miseria, el drama y las libertades coartadas. Pocas eran las poblaciones sin cine, y Hoya-Gonzalo no era una excepción. En este pequeño pueblo, situado entre Albacete y Almansa, llegaron a funcionar dos salas cuando la población rozaba los 1.700 habitantes: Las Arenas, que fue la primera, y el Ideal Cinema, que llegó después y no por ello fue menos importante.
La instalación de una de estas salas dio lugar a que una de sus calles se llamara -y aún se llame- Calle del Cine, colocando a Hoya-Gonzalo en un mapa que incluye a ciudades como Venecia, Madrid, Alicante y Camagüey, por disponer en su callejero de una vía bautizada con el invento de los hermanos Lumière.
El primer empresario que decidió abrir una sala de cine en Hoya-Gonzalo fue Amancio Martínez González, aunque no estuvo solo. A finales de 1949 inició los trámites ante la Delegación de Industria, situada en aquel entonces en la albaceteña Plaza de Gabriel Lodares, cuando solicitó autorización para una "nueva industria de cinematógrafo". De acuerdo con la petición presentada a la administración competente, el promotor de la sala se comprometió a emplear "elementos de procedencia nacional" para acomodarse al espíritu autárquico franquista. Aunque el negocio era -y sigue siendo- el negocio, y en su propuesta afirmaba que proyectaría "películas nacionales y extranjeras."
Finalmente, el cine abrió sus puertas en agosto de 1950, puesto que el cuaderno de cabina que se conserva ya habla de proyecciones para entonces. Su capacidad era de 250 localidades, según el Anuario del Cine Español de 1956, documento en el que se aseguraba que solo funcionaba los fines de semana.
Respecto a esta sala, el maestro jubilado Enrique Huerta recuerda que Amancio Martínez tuvo el respaldo de otro audaz emprendedor en su aventura empresarial, Luciano Martínez. "El tío Luciano era eldueño del bar LuciMar, en la calle Nueva, de hecho, muchos de sus descendientes siguieron su estela hostelera en Albacete, Valencia...", apunta Enrique Huerta.
En cuanto a Amancio, lo cierto es que no era de Hoya-Gonzalo, sino de Cañadas de Haches, en Bogarra, "pero se trasladó a Hoya-Gonzalo para trabajar como conductor de autobús de la línea de Albacete a Almansa, sin duda, fue un gran emprendedor para el momento, tuvo el primer taxi, con carrocería de madera y también el primer cine en Hoya-Gonzalo", explica a este respecto Manuel Cebrián, cuya abuela era la sobrina de este empresario.
El Trullo, una antigua bodega ubicada al final de la calle Alfonso XII, fue el local elegido para la instalación de Las Arenas. "Sobre cuatro pilares de ladrillo macizo construyeron una agobiante cabina con tres ventanillos en el frontal y una puerta lateral a la que se accedía por una angosta escalera con incómodos peldaños de madera", describe con total precisión Enrique Huerta en un trabajo de investigación en torno al cine en esta población, añadiendo que "la pared opuesta a la cabina se enjalbegó concienzudamente, dándole varias manos. Para dar más realce y marcar los límites de la pantalla, le pintaron una franja, a modo de marco, pero como la pintura era cara, lo hicieron ¡con azulete!".
Carnet de empresario cinematográfico de Amancio Martínez.
Además, se colocaron dos portalones, la entrada general y la salida de emergencia como era preceptivo. De hecho, todavía permanece en la fachada la ventanilla de la taquilla. Con el tiempo, dado el éxito de asistencia, se abrió un hueco en la pared contraria a la entrada y se instaló una rústica barra a modo de bar. La descripción realizada por Enrique Huerta también se refiere al mobiliario. "Fue de lo más variopinto; cerca de la pantalla estaban los bancos para los pequeños; después venía un ejército de sillas de anea y al final unas cuantas butacas de segunda mano. A veces, cuando se agotaban los asientos, los chiquillos se traían de casa silla, taburete o banqueta; otros, incluso utilizaban la caja de cervezas o gaseosas para sentarse. En fin, el aforo del local era un tanto flexible".
De la cuestión técnica se encargó Pascual, el lucero del pueblo por aquel entonces. "Primero hubo de reforzarse la línea de cableado desde el transformador, para conseguir el amperaje necesario, con una tensión de 110 voltios, que hiciera lucir y caminar aquel rústico proyector de segunda mano", detalla Enrique Huerta, que resalta que también se ocupó del manejo y mantenimiento del aparato, "un viejo proyector de 16 milímetros de primera generación, duro y resistente, sí, pero al que había que prestar continua atención regulando constantemente la distancia entre los carbones de su potente arco voltaico, amén de los frecuentes cortes de la cinta y otras incidencias, sin olvidar que despedía un calor tremendo con lo que la cabina parecía un horno".
El éxito de Las Arenas fue total. "Sí, aquellas fotografías en movimiento sobre aquella pared mágica, aquella luminosidad sobre la oscuridad de la sala, aquellas escenas tan reales, paisajes de lejanas tierras, guerras, indios, vaqueros, el valiente, los bandidos, historias de toda índole, de amoríos, poco y muy censurado", reseña este profesor jubilado que ejerce de cronista de esta historia de sueños en forma de celuloide, "y es que la gente del pueblo ya tenía noticias de las maravillas del invento, pero nunca imaginaron hasta qué punto, todo en blanco y negro, incluso algunas películas mudas. La locura ya fue cuando llegó el tecnicolor, qué placer, arrebujado en su butaca con abrigo, bufanda, guantes… dejarse llevar por todo aquel mundo de sueños y fantasía que desfilaba por la pantalla, total, que el domingo por la noche, ¡todo el mundo al cine!".
Cuaderno de cabina del cine Las Arenas.
Pagar la entrada
El problema era pagar el importe de la entrada. Había muy poco dinero en el bolsillo de los hoyanos, pormenoriza Enrique Huerta, quien destaca que era tal la atracción que cada cual se las ingeniaba como podía para ir reuniendo lo que costaba, "Una forma fue lo que podríamos llamar entrada colectiva o en equipo, cada una de las cuatro niñas aportaba lo que podía, unos dos reales, sí, aquella moneda con un orificio en el centro, con lo que reunían las dos pesetas que costaba la entrada; pasaba una de ellas, se sentaba junto a la puerta de emergencia, y empezada ya la película, descorría con cuidado el cerrojo y, aprovechando alguna escena de mucho movimiento o ruido, entreabría para dar paso a las tres amigas".
El portero, uno de los empresarios, muy comprensivo, disimulaba no enterarse, mirando fijo a la pantalla.
–¿Qué le vamos a hacer? ¿Qué padre le va a dar a su hija, nada menos, que una peseta para el domingo?,-pensaba
Otro sistema de pago fue en especie. Con uno, dos o tres huevos, según anduviera el precio de los mismos, se entraba en el cine Las Arenas.
El más curioso fue el de afrontar el costo de la entrada con jareta, cuerda basta hecha trenzando esparto; muy útil y necesaria en las labores del campo, sobre todo para hacer vencejos, ataduras de sacos, costales y, principalmente, para atar los haces de mies. Con una madeja de diez brazadas se conseguía una entrada.
-Zagal, que te quedas corto en la brazá –recriminaba el portero, mientras medía el material, abriendo y cerrando los brazos con inusitada rapidez.
En este punto, añade Manuel Cebrián que las sobrinas-nietas de Amancio, Soledad y Virginia Flores, recuerdan que en una de las proyecciones de una película de Sara Montiel "vinieron dos personas de Albacete para impedir que los menores accedieran a la sala, ya que para entrar al cine se pagaba la correspondiente entrada, pero Amancio permitía a los más humildes entrar gratis por la puerta de atrás y sentarse una vez que la sala estaba llena en la parte delantera en el suelo, sobre todo a los niños y jóvenes".
Resalta Enrique Huerta que, según recoge Santiago N. Delicado en su libro Forja de un pueblo, era costumbre que el novio pagara la entrada de la novia, pero como la pareja sola no podía ir, también el novio tenía que hacer frente a la entrada de la suegra u otra carabina, con lo que, en su caso, había que entregar, no 10, sino 30 brazás de jareta, "os podéis imaginar cómo quedaba el lugar de la taquilla con todo el material adquirido, al día siguiente Amancio, con su auto a llevarlo al almacén correspondiente".
Aspecto actual de lo que antaño fue el cine Las Arenas.
Además, muchas noches se celebraba una rifa entre los asistentes, "y todavía son muchos los vecinos y vecinas que recuerdan que dentro del cine había una barra de bar donde se vendían gaseosas, menta y anís", apunta Manuel Cebrián, agregando que también, en el local del cinematógrafo, "se celebraban bailes para carnaval o para las fiestas…". La sala cerró con el final de 1960. El 26 de diciembre, la presentación de El último gánster puso fin a una década de proyecciones. Corta vida para un cine.
Afán de progreso
La otra sala, Ideal Cinema, fue fruto del afán de progreso de Fermín Núñez García, un representante que se convirtió en empresario, primero de una sala de baile, y con el tiempo, de un cinematógrafo. Fermín Núñez, un hombre de fuertes convicciones y en las antípodas ideológicas del otro promotor cinematográfico de la localidad, sufrió las consecuencias de la victoria de Franco. Fue alcalde de Hoya-Gonzalo, aunque su relación con el Consistorio comenzó antes de asumir el bastón de mando en plena II República Española. Durante varios años de la década de los 20 del pasado siglo, Fermín Núñez formó parte del Ayuntamiento como uno de los "mayores contribuyentes." Este estatus le otorgaba, además de cierta influencia en la gobernanza municipal, el papel de elector de los compromisarios para designar a los senadores. Con el tiempo, fue incorporado como vocal nato de las Comisiones de Evaluación del Repartimiento del Consistorio, los organismos encargados de distribuir las cargas fiscales entre los contribuyentes de manera equitativa.
En marzo de 1930, quien con el tiempo se convertiría en empresario cinematográfico ya era alcalde de Hoya-Gonzalo, y así fue prácticamente de forma ininterrumpida hasta la Guerra Civil. Tras la victoria de los golpistas, Fermín Núñez fue juzgado dentro de la Causa General, el procedimiento promovido por el régimen franquista a partir de 1940 para investigar y documentar los supuestos delitos cometidos por las fuerzas republicanas durante la contienda nacional, basándose en informes locales y testimonios con una tremenda carga subjetiva o motivados por venganzas personales.
Aquello le costó la prisión a quien, pocos años antes, había sido el alcalde de Hoya-Gonzalo. Sin embargo, gracias a una orden dictada por el Gobierno franquista en marzo de 1944, logró, junto con cerca de 500 represaliados más, la libertad condicional, en su caso, de la prisión de Chinchilla, lo que además supuso su liberación definitiva del destierro.
Una de sus nietas, Gloria Núñez, recuerda que Fermín tuvo cuatro hijas: Catalina, Tomasa, Práxedes y Amparo. Su infancia habría sido como la de cualquier otra niña de su edad, pero el ingreso en prisión de su padre lo alteró todo, y sus vidas dieron un giro radical tras el encarcelamiento de su padre y el envío al frente de sus hermanos Narciso, quien con aquel mítico camión Thames Traderse dedicaba también al transporte, y José, padre de Gloria. Además, la madre falleció enseguida, dejando a las hermanas solas y sin negocio, ya que la sala de baile les fue requisada.
Sin una fuente de ingresos, las dos mayores, Catalina y Tomasa, optaron por dedicarse a la única actividad en la que se manejaban con soltura: coser y bordar. Mientras tanto, las más jóvenes, Práxedes y Amparo, en plena adolescencia, ayudaban a quienes se habían convertido en el sustento económico familiar.
"Durante el tiempo que duró la Guerra Civil, formaron un equipo, ayudándose, protegiéndose y componiendo el organigrama, tanto familiar como empresarial, que se mantendría hasta el final de sus días", recuerda Gloria Núñez. Conocidas como Las Ferminas, Catalina asumió el papel de cabeza de familia al ser la mayor, pero también era la que más carisma tenía. "Fue la última que murió, pocos meses después de fallecer mi padre, José, ella era la más abierta y moderna y junto con Amparo, formaban el bloque de emprendedoras", añade Gloria.
Los bailes
Tras muchas gestiones, recuperaron la sala de baile en 1943 y, después del regreso de su padre, una vez indultado, este se puso nuevamente manos a la obra. Y en su cabeza, lógico en una persona con un espíritu emprendedor tan marcado, se colocó como prioritario su proyecto de construir un cine. No fue tarea fácil, pero tras numerosas gestiones y desvelos, la Delegación de Industria de Albacete le dio autorización, en septiembre de 1954, para la construcción de un cine. Con 300 localidades en planta baja, su propósito era ofrecer un centenar de películas "sonoras" al año, utilizando para ello "maquinaria de procedencia nacional", según la solicitud de licencia que tramitó ante las instancias pertinentes, en la que se cifraba la inversión en 153.000 pesetas.
Tanto en el baile como en el cine, y también en la tienda que abrieron, la familia tenía repartidas las tareas. Amparo era la responsable de la programación y contratación de las películas, además de ejercer como taquillera. También se encargaba de las compras, el mantenimiento de la tienda y de despachar. Su olfato para los negocios le llevó a proyectar la reforma del cine, cuando el sector ya estaba en decadencia, para convertirlo en una discoteca. No fue fácil convencer al clan, pero no tiró la toalla y confió en el azar, en los juegos, para lograr la financiación necesaria.
Proyecto del Ideal Cinema y aspecto actual del local.
Tomasa asumió el papel de ama de casa, señala Gloria Núñez, lo cual, en esta familia era una responsabilidad notable; el orden era necesario. Mientras, Práxedes, la más débil, atendía el comercio, ejercía de acomodadora en el cine y se encargaba de algunas tareas en casa.
Finalmente, Catalina, además de ocuparse de que no faltara detalle en la tienda para cubrir las demandas de los clientes, también atendía en la cantina del baile junto a Tomasa, cuando las fiestas eran una consolidada atracción popular. La familia, incluidos los dos hermanos, tenían definidas sus funciones. Sí, porque Narciso, que era el proyeccionista en el cine, también hacía las veces de portero en los bailes. "En fiestas había tres turnos, hasta un baile de mañana, mientras que mi padre José sólo venia en fiestas y era el que lidiaba con la venta de entradas al baile, el resto del año teníamos nuestra vida en Alicante", agrega Gloria Núñez.
A juicio de Enrique Huerta, el Ideal Cinema era una moderna sala, con un buen y amplio escenario para representaciones teatrales, "la pantalla, de blanquísimo y tenso lienzo, gruesas cortinas en las puertas, grandes paneles de fibra de vidrio en las paredes para absorber la reverberación sonora, y se equipó con nuevas y cómodas butacas, aunque con asiento de madera".
Interior del Ideal Cinema, cerrado desde hace años.
Además, recuerda el maestro jubilado que hace las funciones de cicerone de la historia cinematográfica de Hoya-Gonzalo, "disponía de un moderno vestíbulo anejo a la sala, con bar, aseos, etc. Todas las paredes, adornadas con grandes carteles a todo color de grandes películas, El ruiseñor de las cumbres, Tu hijo debe nacer, El último cuplé, Así mueren los valientes…, iniciándoseuna feroz competencia entre los dos cines, aunque el público se fue repartiendo a pesar de que el Ideal estuviera mejor ubicado, en el centro justo del pueblo, aunque era más moderno y confortable. Con el tiempo, la clientela se inclinó por el Ideal". Y es que Las Arenas estaba más retirado. "En las frías noches del invierno hoyano daba cierta pereza desplazarse hasta el Trullo. Para hacerse notar colocaron en la esquina de Constante un reflector parabólico que, con una lámpara de 200 watios, lanzaba su chorro de luz a lo largo de la calle Alfonso XII; desde la plaza de la Iglesia aparecía entre la neblina como un faro en la noche invitando al público a acercarse con la promesa de vivir ilusión y aventuras. También pudo servir para hacer más fácil el tránsito, pues la callecica, como todas las demás, se las traía: sin aceras uniformes, el piso siempre abarrancado por el agua de escorrentía de la lluvia, que bajaba del camino del Pozo La Higuera…. y como única iluminación la proporcionada por cuatro o cinco bombillas de incandescencia de 60 watios desperdigadas a lo largo de la calle", relata Enrique Huerta.
Las carteleras
La empresa Las Arenas intentó paliar las ventajas del Ideal a base de proyectar buenas películas, para lo que hubieron de hacer grandes esfuerzos económicos. "Para atraer al público, las dos salas exponían unos cuantos fotogramas montados en cartón-piedra de la cinta que iban a proyectar esa noche. El Ideal tenía su cajetín en su propia fachada en la calle Nueva; Las Arenas lo tenía en la fachada de la Posada de Arriba, en la plaza de la Constitución. Cada domingo, al salir de misa, lo primero era ver las carteleras antes de tomar el aperitivo, el que podía, claro: un quinto con panchitos", añade Enrique Huertas.
Tal era la competencia que Las Arenas ya inventó la publicidad por las calles de la población; siempre de forma artesanal, con muy bajo coste. Con un molde, brocha y pintura llenaron todas las esquinas del pueblo con el anuncio Hoy: Sissi, para anunciar la proyección de la legendaria película. "Durante mucho tiempo perduraron aquellos rótulos como testigos de las buenas sesiones de cine de Las Arenas. A más de un escolar que empezaba a balbucear las primeras letras le sorprendía aquel repetido rótulo. Sí se entendía el significado de Café de la Plaza, Tabacalera Española, Expendeduría Número 1, Juzgado de Paz, incluso, incluso Abonad con Nitrato de Chile, texto que aparecía en un cartelón como pie de la silueta de un señor con sombrero montado en su caballo, como anuncio de la venta de nitrato. Pero Sissi, ¿qué misión o significado tenía?", se pregunta quien ejerció durante décadas como docente.
Equipación del Ideal Cinema de Las Ferminas.
Como en tantos otros municipios y ciudades de España, el anuncio de El último cuplé causó en Hoya-Gonzalo una gran conmoción y expectación. "Se seguía considerando España como la reserva espiritual de occidente y la censura era implacable. No se permitía el beso de amor, ni faldas por encima de la rodilla, ni escotes, ni pantalón ceñido, etc., etc. Por ello la implacable censura cortaba infinidad de escenas, hasta tal punto en que, en algunas cintas, se llegaba a perder el hilo de la narración".
La manera de ocupar el tiempo de ocio cambió sobremanera cuando, en los albores de los años 60, Las Arenas echó el cierre. El pueblo ya no daba para mantener dos salas. "Tal vez -asegura Enrique Huertas-, quienes más lo sintieron fueron los chiquillos. Al haber un solo cine, algún domingo que otro la película no era tolerada, incluso por la calle imprecaban a Narciso para que trajera todas toleradas. Los sábados a esperar La camioneta, el autobús de línea del pueblo, donde traían los rollos de la película del domingo, para preguntar por el título y si era tolerada, claro".
Con la clausura de Las Arenas, lógicamente, el Ideal se convirtió en el centro social, cultural, de recreo, de reunión… "Al quedar en solitario los llenazos eran frecuentes, todo el pueblo acudía, en cualquier época del año", narra quien nos cuenta las pequeñas historias de los cines de Hoya-Gonzalo, apuntando, que incluso. en verano, los segadores que venían de fuera muy poco pasaban por los bares, pero no se perdían el cine.
En este cine, la distribución del público seguía un orden casi ritual: las mujeres mayores se sentaban cerca de la estufa, mientras que las parejas de novios se acomodaban cerca, pero bajo la atenta vigilancia de una carabina. En la zona media, los verdaderos aficionados se mezclaban con los jóvenes que, más interesados en socializar, ocupaban filas separadas según su género. En las primeras filas, los niños más atrevidos disputaban las butacas libres, y algunos traían hasta su propia silla, como sucedía en tantos cines de la provincia y más allá.
Las proyecciones estaban marcadas por un ambiente bullicioso, con humo de cigarrillos, el crujir de pipas y los comentarios humorísticos de algunos espectadores que adaptaban la película a su entorno más cercano. Durante los descansos, la sala se convertía en un hervidero, desde la venta de rifas por los turroneros hasta las bromas y charlas a gritos. La chicharra, ese timbre estridente, señalaba el fin de la pausa y el inminente regreso a la oscuridad para continuar con la proyección.
Documentación de Fermín Núñez que conserva la familia.
La televisión
Pero, según Enrique Huertas, el apogeo de la sala Ideal empezó a decaer con la llegada de la televisión. "Gran parte del público prefería ir a los bares a verla. La empresa todavía luchó por mantenerse, e incluso, colocaron ante las primeras filas de butacas un televisor encaramado en una mesa de altas patas con ruedas, fabricada por Los Elicios, para ver el Telediario antes de empezar la proyección de la película".
Su última etapa, en los primeros setenta, se trató de mantener la actividad con un sistema mixto de diversión. "El domingo, a las cinco de la tarde, empezaba la proyección de la película, con títulos tales como El Norteño, El zorro, Los Cinco Halcones…, para, a continuación, con el tocadiscos Kolster de 30 watios colocado sobre aquella mesa del televisor, empezaba la sesión de baile en el espacio vacío junto a la pantalla. Había que sacar dos entradas, la del cine y la del baile".
Durante años, bailaron los jóvenes al compás de las mismas canciones, como A Santiago voy, Tres cosas hay en la vida, Échale guindas al pavo, Peret… Cómo olvidar Mis manos en tu cintura, de Adamo… Y de uvas a peras se estrenaba algún disco, acogido con gran regocijo por todos los parroquianos. En verdad, fueron tardes muy felices para aquella juventud alegre y desenfadada. Al final de los años de la citada década de 1970 cerró definitivamente", rememora Enrique Huertas, concluyendo con palabras firmes y nostálgicas: "Hoy, al pasar ante la rendida fachada del Ideal, aún rebulle aquel sarpullido adolescente de emociones, alegrías, tristezas, promesas, desengaños, ilusiones, declaraciones, rechazos, despedidas… y esperanzas. Al fin y al cabo, vida plena, como ocurre con cualquier generación, pues el verdadero amor romántico, con sus gotas de ingenuidad y ensueño, perdurará siempre". Dicho queda.
Carteleras que se conservan del Ideal Cinema.