María Esperanza Navarro y su viaje a ninguna parte

03.11.2023

La actriz nacida en Hellín en 1926 y fallecida a los 51 años de edad, recorrió decenas de teatros de otras tantas ciudades y pueblos, con una importante carrera cinematográfica, especialmente intensa en las décadas de los 40 y los 50


Hija de María Bassó y Nicolás Navarro, una de las parejas artísticas más importantes de la primera mitad del Siglo XX, debutó con solo 14 años y a los 16 años interpretó a la protagonista de 'Don Juan Tenorio', Doña Inés


La artista, muy reconocida en la profesión, siempre llevó a gala ser hellinera y, además, fue la encargada de inaugurar en 1947 el Teatro Español de la localidad albaceteña, con la puesta en escena de 'Un americano en Madrid’


Imágenes publicitarias de la actriz hellinera María Esperanza Navarro, que debutó en el teatro con 14 años.

Las carreteras polvorientas y bacheadas eran el pan de cada día de los cómicos del pasado siglo. En aquellas décadas en la que ser actor y actriz era una vocación de difícil justificación y con la que era complicado ganarse el sustento. De aquí a allá, las compañías recorrían el país de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de teatro en teatro, de plaza en plaza… Y entre tanto trajín, la vida se abría paso a pesar de que no había ni siquiera tiempo para parir. Se nacía en este lugar o en otro por casualidad. Y así le sucedió a María Esperanza Navarro Bassó, la actriz que llegó al mundo en Hellín por azar, sí. Podría haber sido en Albacete, o en Murcia… Pero no, fue en la Ciudad del Tambor.

María Esperanza era hija de dos de los grandes actores españoles de la pasada centuria, Nicolás Navarro y María Bassó que, con su compañía, Bassó-Navarro, fundada en 1925, cruzaron España de norte a sur y de este a oeste, alcanzando un reconocimiento sobresaliente. En la Feria de Albacete de 1926 el matrimonio recaló en el Teatro-Circo para representar parte de su repertorio, debutando el 8 de septiembre, coincidiendo con la apertura de los festejos albacetenses. Para entonces, María Bassó, casada con Nicolás Navarro un par de años antes, estaba en avanzado estado de gestación, pero no quiso privar de su categoría interpretativa al público albacetense. Acompañada en el plantel artístico de Valentín Tornos o Concha París, desplegó todo su talento sobre las tablas del coliseo de la calle Isaac Peral.

Programa de una de las numerosas actuaciones de María Bassó y Nicolás Navarro. / Centro de Investigación y Recursos de las Artes Escénicas de Andalucía

El aplauso del respetable albacetense acompañó a la decena de funciones que ofrecieron, con obras tales como ¡Señorita!, de Juan José Lorente; María Fernández, de Muñoz Seca y Pérez Fernández; El conflicto de Mercedes, también de Muñoz Seca; El juramento de la Primorosa, de Millán Astray; El primo, de Fernández del Villa… Suma y sigue para una compañía de las que se llamaban de reparto. Sin duda, aquella fue una buena temporada en Albacete para el tándem artístico que puso rumbo a nuevos lares con los bártulos a cuestas. De la capital albaceteña a Murcia para llegar, a continuación, a Hellín. Y el destino quiso que María Bassó se pusiera de parto en la ciudad del tambor, donde había arribado la troupe teatral. Fue el 26 de septiembre de 1926 cuando nació María Esperanza, dicen que en el Hotel Atienza. Un lugar y una fecha que siempre tuvo a gala rememorar la popular actriz, prodigio de la escena española que triunfó en todo lo que tocó.

El destino parecía escrito para la benjamina de los Bassó-Navarro o viceversa. Antes llegaron Félix, actor muy conocido por su participación en una decena de películas, además de numerosas series y programas de televisión, nacido en 1916 y que falleció en 2003, y en 1925 vino al mundo su otro hermano, José Luis, escritor y ayudante de dirección, que murió en 1997.

María Esperanza Navarro, en dos fotogramas de la película 'Tuvo la culpa Adán', con Guadalupe Muñoz Sampedro.

De niña estudió en el Colegio de las Damas Irlandesas, centro madrileño aristocrático y elitista que, a lo largo de su historia, ha acogido en sus aulas a personajes como la mismísima Ana Botella, esposa de José María Aznar y exalcaldesa de Madrid. Hizo hasta el Bachillerato y siempre demostró una gran facilidad para los idiomas, destacando, a su vez, por su enorme afición a la lectura. Entre sus autores predilectos, Pio Baroja o Vicente Blasco Ibáñez, aunque, como no podía ser de otra forma, el teatro español formaba parte sí o sí de su librería de mesita.

La Guerra Civil supuso, como para tantos españoles, un antes y después. Los Bassó-Navarro pusieron pies en polvorosa, marchándose a Francia y ya, en los albores de los años cuarenta, regresaron a España. De hecho, con apenas 14 años, en 1940, María Esperanza debutó profesionalmente en el teatro con la puesta en escena de la comedia de Eduardo Marquina, El monje blanco, metiéndose en la piel de Mayolín.

Ese debut con la compañía familiar fue una especie de catarsis, puesto que cuando era estudiante, un mal día sobre el escenario colegial le causó un trauma. Según confesó en una entrevista en La Voz de Castilla en noviembre de 1945, "durante la representación de una comedia yo tenía que decir solamente dos palabras, pero fue tal mi azoramiento que, al salir a escena, quedé completamente muda", lo que acabó en una carcajada general de sus compañeras. "Desde aquel momento, no pensé en otra cosa que en desquitarme de la burla que, por la poca experiencia de mis años, me había hecho acreedora". Y de ahí que en la primera ocasión que pudo se subió a las tablas para presentarse con la obra de Marquina.

Los reconocimientos de la crítica teatral llegaron muy pronto. Y las citas elogiosas en la prensa de todo el país también. Hablamos de Salamanca, Ceuta, Zamora, Logroño, Burgos, Barcelona, Palma de Mallorca, Valladolid o Madrid. Fue el comienzo de una brillante carrera en la que demostró su pericia, tanto para los personajes dramáticos como para los cómicos. Rubia, de ojos azules y menuda, fue una artista total que se puso desde bien joven el mundo por montera, con un intenso currículum marcado por hitos de la rica historia del teatro español. Por ejemplo, con solo 16 años se metió en la piel de la Doña Inés de Don Juan Tenorio, un reto superado con sobresaliente. Una mujer de su tiempo a la que gustaba la equitación, el tenis o la natación, y a la que era frecuente ver en una buena corrida de toros, aprovechando para ello sus tours por las ferias y fiestas españolas. Entre sus diestros predilectos, Carlos Arruza, Manolete y Pepe Bienvenida.

Carteles de algunas de las películas en las que intervino la hellinera.

El cine llamó pronto a su puerta. Fue en 1944, cuando tenía 18 años. Entonces, rodó a las órdenes de Alejandro Ulloa la comedia ¡Qué familia!, junto a Rosita Montaña y Juan Luis Hidalgo, y en la que interpretó a Matilde. Este papel en la producción de Falcó Films le abrió las puertas de Cifesa, que nada más verla le hizo un contrato y la puso tras las cámaras en Tuvo la culpa Adán, de Juan de Orduña, otra comedia con un reparto de campanillas encabezado por Rafael Durán y Luchy Soto y en la que ejerció de Leonor, con una gran repercusión mediática.

A continuación, en la filmografía de la hellinera, a quien se relacionó con el actor Jorge Mistral -el galán del cine español que enamoró a numerosas actrices del momento, y cuya historia fue un camino de vino y rosas- aparecen otros títulos como El destino se disculpa, La casa de las sonrisas, Pacto de silencio, Despertó su corazón, La honradez de su cerradura, Ronda española, Suspenso en comunismo, Venta de Vargas, Pasa la tuna, La bella Mimi, canción de cuna, Mi adorable esclava, Terapia al desnudo… Una carrera cinematográfica que intercaló con su constante presencia en la escena española, poniéndose al frente de su propia compañía, con obras como La Celestina, Las flores, El genio alegre, El alfiler en la boca, La malcasada, Madre Coraje y sus hijos o La molinera de Arcos, y haciendo las américas, con destacados triunfos en países como Brasil o Argentina.

Casi 40 años de profesión sobre las tablas conforman la trayectoria profesional de María Esperanza Navarro. Su última obra fue 'Los Frescos', con Zori y Santos

El último proyecto en el que se embarcó fue Los frescos, la comedia de Pedro Muñoz Seca en la compañía de Zori y Santos, estrenada en el Fígaro madrileño el 10 de febrero de 1977. Además, también intervino en televisión en programas tan populares como Historias para no dormir o Estudio 1.

Sin duda, en el Hellín de la posguerra nunca olvidaron su actuación en la puesta de largo del Teatro Español. Sí, porque en la inauguración de este coliseo cultural, el primer sábado de Feria, el 27 de septiembre de 1947, la actriz intervino en una gala especial, fuera de abono, con la puesta en escena de Un americano en Madrid, comedia con la que la hellinera giró cuando tenía 21 años, enrolada todavía en la compañía familiar, según recogió Antonio Callejas en su libro Evolución urbana de la ciudad de Hellín (1939-1979) Los años del esparto.

La actriz era una gran aficionada a la fiesta de los toros. / EL RUEDO

Pero su relación con la provincia no sólo se limitaba a Hellín. El escritor José S. Serna aseguraba en el Semanario Crónica que la actriz contaba con muchas amistades y simpatías. Y es que en repetidas ocasiones actuó en el Teatro-Circo e, incluso, en una oportunidad, junto con Ricardo Acero, grabó radioteatros en el cuadro de actores de Radio Juventud. Estas palabras de Serna formaban parte del obituario que le dedicó a la actriz, que falleció el 8 de mayo de 1978 a los 51 años de edad en Madrid víctima de una grave enfermedad.

Fue una muerte prematura, inesperada para el gran público que generó un sinfín de reacciones y que hizo correr ríos de tinta en la prensa española, incluso, en torno a la noticia de su entierro en el cementerio de La Almudena. "No hemos perdido una gran intérprete, que ya sería suficiente motivo de amargura, sino una criatura humana, buena, cordial, comprensiva, inteligente que jamás supo lo que era envidia, soberbia", escribió el periodista y dramaturgo Serafín Adame en las páginas del diario Pueblo en torno a la actriz. Su padre había fallecido 20 años antes, en 1958, mientras que su madre vivió hasta 1992.

Una vida corta, pero intensa, que le llevó a decenas de teatros de otras tantas ciudades y pueblos. Ya se sabe, "si nosotros no somos de ninguna parte. Somos… del camino", como espetaba José Sacristán en el mítico papel de Carlos Galván en la no menos mítica película El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez, de 1985.

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