El cómico masón y el comerciante de biciclos, los insólitos pioneros del ciclismo en Albacete

02.11.2025

De la mano de aficionados como Héctor Ochando Ladrón de Guevara y Manuel Más Candela, la provincia vivió sus primeras carreras de resistencia, la fundación de clubes y la construcción del primer velódromo capitalino en el final del Siglo XIX


A finales del Siglo XIX, cuando las calles de Albacete aún se recorrían a pie o en carruaje, una nueva moda comenzó a rodar con fuerza: la bicicleta. Llegó como una curiosidad técnica y terminó convirtiéndose en una muestra de modernidad. De la mano de pioneros, como un comerciante albaceteño llamado Manuel Más Candela o del polifacético tobarreño Héctor Ochando Ladrón de Guevara, la provincia vivió sus primeras carreras, la fundación de clubes velocipédicos y hasta la construcción de un velódromo en la capital, marcando así el inicio de una afición que, más de un siglo después, sigue muy viva.

La bicicleta —y sus antecedentes, como el velocípedo— es uno de los vehículos no solo más antiguos, sino de los que mejor se ha adaptado a los tiempos. Si en sus orígenes, y si se renunciaba a caminar, era una de las pocas formas de desplazarse de un lado para otro al margen del uso de los animales, con o sin carruajes, con el paso del tiempo es la alternativa más demandada y reivindicada en la llamada movilidad sostenible.

Más de dos siglos han pasado desde que, en 1817, el barón alemán Karl von Drais inventase la draisiana o máquina andante, un vehículo de madera con dos ruedas alineadas y un manillar para la dirección, pero que no tenía pedales. De hecho, el usuario se impulsaba empujando con los pies en el suelo. Décadas más tarde, en torno a 1860, el francés Pierre Michaux y su hijo incorporaron los primeros pedales, uniéndolos a la rueda delantera para crear el velocípedo, conocido como huesos sacudidos por el trajín que padecían sus usuarios.

Finalmente, este popular vehículo adquirió su forma actual; fue alrededor de 1885 con la invención de la bicicleta de seguridad de John Kemp Starley, que incluía ruedas de tamaño similar, una cadena que conectaba los pedales a la rueda trasera, frenos y, poco después, neumáticos con cámara de aire, haciendo el diseño mucho más seguro, cómodo y eficiente. En cuanto a su implantación, fue progresiva, y su expansión por España, como es lógico, comenzó en las grandes ciudades para luego desembarcar en las provincias y en sus capitales.

Los primeros pasos en Albacete

Primeras bicicletas llegadas al Bazar Collado procedentes de Bilbao. / JULIÁN COLLADO (ARCHIVO MUNICIPAL DE ALBACETE)

Esa extensión, como no podía ser de otra forma, siguió el mismo camino en Albacete. De hecho, la revista El Velocípedo, una publicación mensual de la Sociedad de Velocipedistas de Madrid —fundada el 1 de agosto de 1878 por nueve aficionados que se reunían en el Café de Fraga de la calle Alcal á, después Café de la Unión, en Madrid—, en 1886 informaba de un fecundo mes de septiembre, cuando se habían celebrado carreras en Logroño y en Valladolid, y se había registrado la fundación de los clubes de Santander, Valladolid y Albacete."Así, por lo menos, nos lo ha asegurado una persona que visitó nuestra administración pidiendo un número de El Velocípedo".

Pues del dicho al hecho va un trecho, ya que esa misma revista indicó en mayo de 1887 que en nuestra ciudad se habían reunido "siete velocipedistas para tratar de la formación de un club, pero como no se ha trabajado nada para conseguirlo, el proyecto sigue en el mismo estado". En cambio, apuntaba esta misma publicación, en los pueblos inmediatos "hay muchísima afición, por ejemplo, en Tobarra, donde el aficionado don Héctor Ochando Ladrón de Guevara piensa reunir buen número de prosélitos". Es decir, que la creación de clubes en la provincia pudo llegar primero en Tobarra, impulsada por Héctor Ochando Ladrón de Guevara, un masón conocido como Sófocles en la Logia Tiro de la localidad albaceteña, de la que fue secretario en 1888.

El cómico y masón que terminó pidiendo perdón a la Iglesia

El señor Ochando Ladrón de Guevara era un cómico que en esa década logró importantes reconocimientos por su carisma y calidad interpretativa en espectáculos del Teatro Lara de Madrid. Sin embargo, más allá del deporte y el teatro, protagonizó un evento histórico del que terminó arrepintiéndose. A mediados de 1885, Tobarra fue escenario de un hecho insólito para su tiempo: la celebración del primer matrimonio puramente civil en la provincia de Albacete, un acontecimiento con el que se plantó cara abiertamente al poder de la Iglesia católica y a las rígidas normas impuestas tras la Restauración.

Ese enlace se llevó a cabo gracias al empeño de Dionisio Fernández Ferrer y Mariano Figueroa Ríos, dos vecinos de Hellín que, movidos por ideales republicanos y laicistas, afrontaron un sinfín de trabas administrativas y presiones religiosas. En una época en la que el matrimonio civil era visto casi como un acto de herejía, su logro fue considerado una victoria del pensamiento libre frente al dominio clerical.

Durante la tramitación del expediente, los contrayentes contaron con el apoyo de Héctor Ochando Ladrón de Guevara, que colaboró activamente en los preparativos y presenció con entusiasmo la discusión que los promotores del enlace sostuvieron en plena plaza del pueblo con el párroco local. Pero la historia dio un giro inesperado. Días después de la ceremonia, Ochando envió una carta al obispo de la Diócesis en la que expresaba su arrepentimiento por haber participado en el matrimonio civil. En la misiva, redactada con un lenguaje titubeante, confesaba su "grave error" y pedía el perdón eclesiástico para ser liberado de las censuras en las que había incurrido por su "inconsciente acción".

La carta fue publicada poco después por El Motín, semanario satírico, republicano y anticlerical, que la reprodujo con su propia ortografía y acompañó de comentarios sarcásticos al margen. El texto original fue objeto de burla por parte del redactor, quien subrayó los errores gramaticales de Ochando y ridiculizó su repentino arrepentimiento, presentándolo como un ejemplo de la presión que el clero ejercía sobre los librepensadores de la época.

Una publicación local especializada en ciclismo y un velódromo

Anuncio de 1890 en la prensa local albaceteña anunciando la venta de bicicletas en el comercio de Manuel Más Candela. / ARCHIVO MUNICIPAL DE ALBACETE

Ya en diciembre de 1887, El Velocípedo indicaba que seguía creciendo el número de clubes "con todos los requisitos oficiales", citando concretamente las sociedades de velocipedistas de Aranjuez, Vigo, Lérida y Gijón "y los Veloz-Club de Tolosa, Oviedo, Barcelona y Albacete, reuniéndose ya el número respetable de 16 sociedades, encaminadas todas al mismo fin: el fomento de nuestra afición". Y unos meses después, en enero de 1889, de nuevo la misma publicación dio cuenta de que en Lérida, Logroño, Vitoria y Albacete "han constituido club".

De esta forma, se puede asegurar que, en Albacete, la fiebre por el pedal llegó muy pronto. Una ciudad llana y de distancias cortas era un lugar propicio para estos vehículos, cuya popularidad fue en aumento hasta llegar incluso a una de las publicaciones nacionales más importantes del momento, en ese final del Siglo XIX, El Deporte Velocipédico. Esa revista semanal ilustrada, dirigida por José María Sierra, informó en su número del miércoles 22 de mayo de 1895 del nacimiento en Albacete "de un semanario consagrado al ciclismo", bajo la dirección de Juan Waldo Serna, y que se iba a llamar El ciclista albacetense. No obstante, la publicación no aguantó más allá de la Feria de septiembre.

En cuanto a la venta de bicicletas, un anuncio publicado en El Diario de Albacete en 1890 es la prueba fehaciente de que un comercio ya disponía de un amplio catálogo de estos vehículos, la tienda de Manuel Más Candela, situada en el número 2 de la calle Gaona. Este comerciante era el distribuidor de los biciclos, bicicletas y triciclos de la compañía británica The Coventry Machinist Co. Limited, premiados en la Exposición Universal de Barcelona y que había fabricado unos cuantos modelos para España.

Más Candela, junto con el profesor Pedro Peralta y un comerciante de apellido Gullón -impulsor de la citada Sociedad Velocipédica de Albacete-, fueron los pioneros en el uso de la bicicleta, de acuerdo con las crónicas publicadas por el historiador y archivero Alberto Mateos y aparecidas en su libro Del Albacete Antiguo y en diversas revistas de Feria.

En el frontón de la calle Zapateros, que también funcionó como pista de patines y cine de verano, se montó un velódromo de aprendizaje. / DEL LIBRO 'DEL ALBACETE ANTGUO' DE ALBERTO MATEOS

El señor Gullón, comerciante que tenía un establecimiento de ultramarinos en la calle Mayor, esquina a la del Rosario —donde ahora permanece la histórica farmacia de Santa Teresa—, se recreaba junto con el resto de pioneros recorriendo nuestras calles "encaramados" en unos "altos biciclos de hierro y desiguales ruedas", reflejaba Mateos Arcángel en sus crónicas. Además, Gullón fue uno de los promotores de la Sociedad Velocipédica de Albacete.

La primera escuela ciclista

Para entonces, ya se veía en el ciclismo una salida profesional y, quién sabe, si un negocio. De ahí que hubo quienes solicitaran al Ayuntamiento el uso gratuito del Recinto Ferial "para la enseñanza del sport velocipédico". Esta propuesta para crear la primera escuela de ciclismo de la ciudad y firmada por el señor Noguera "y otros", fue aprobada en febrero de 1894 por el Consistorio, según se publicó en el Boletín Oficial de la Provincia.

Y otro ejemplo: en el verano de 1895, desde el Ayuntamiento de la capital se incentivó la instrucción en el manejo de la bicicleta entre varios empleados del ramo de consumos, los responsables de los fielatos, puesto que se les iba a dotar de bicicletas neumáticas para desplazarse de un punto a otro de la ciudad en el ejercicio de sus funciones.

El velódromo

El siguiente paso era dotar a la ciudad de un velódromo. El Consistorio aprobó la licencia para tal fin, promovida por José María Alonso, en julio de 1894. Y en octubre de 1895, según publicó El Deporte Velocipédico, ya se manejaban las cuentas de la instalación, diseñada junto al paseo de la Cuba, y que utilizó como gradas los bancos del Recinto Ferial.

Cartel de una sesión deportiva en el velódromo albaceteño, con carreras pedestre, carreras ciclistas y combates de boxeo. / ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL

Entonces, el secretario "supernumerario" de la sociedad impulsora del velódromo albaceteño, el ya citado Juan Waldo Serna, cifraba en torno a las 4.000 pesetas los ingresos logrados ese año por la entidad, de las que 3.500 pesetas se destinaron a la construcción de esta pista ciclista y otras 175 pesetas a pruebas deportivas. Y un año después, en agosto de 1896, ya se anunció que la puesta en marcha de las instalaciones era "inmediata". Y así fue: abrió sus puertas el 11 de septiembre.

Juan Waldo Serna, concejal en el Ayuntamiento y responsable del área de festejos varios —y que, por cierto, veraneaba en Santa Ana de Abajo—, logró que la prensa especializada se trasladara a nuestra ciudad para la puesta de largo del velódromo. Hasta la ciudad vino un periodista de la revista El Deporte Velocipédico, Antonio Cullaré, que publicó una amplia crónica de lo acontecido en esas pistas, con una longitud de 250 metros y que se construyeron "conforme a los últimos adelantos".

En aquel momento, la provincia contaba con corredores "de primer orden, como Molina, Peralta, Moreno y Carchano y de segunda, casi tantos como ciclistas se cuentan". En las carreras celebradas en Albacete —"la primera ciudad ciclista de España", según el periodista— no pudo tomar parte uno de los favoritos, el tal Peralta, que entrenando había sufrido un accidente y con él, diversas magulladuras. Y tampoco asistieron otras figuras nacionales que se habían inscrito, Minué y Batanero.

Retrato de estudio de un hombre llamado Baltasar Martínez, montado en una bicicleta imitando la marcha, con chapela y pantalones bombachos, de fondo un paisaje pintado. La fotografía es de 1896 y fue hecha en el estudio de Linares Hermanos, en Albacete. / BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Prueba de su admiración por el crecimiento del deporte de las dos ruedas, Antonio Cullaré escribió esta crónica: "Ansiando llegar pronto a esta capital, por las buenas impresiones que de su movimiento cíclico tenía, y cansado de la monotonía de pedalear solo por estas carreteras, dejé Murcia y tomé el tren que me condujo a la capital manchega, donde he hallado ancho campo para nuestro deporte, que ha rejuvenecido mis desalientos de Murcia. Realmente, Albacete puede sentirse orgullosa de la importancia de nuestro deporte, ya que, así como se mide la cultura de los pueblos por la facilidad o la obstrucción que deparan a los adelantos con que nos brinda la moderna civilización, Albacete ha demostrado estar en primera línea de las corrientes modernas, al patentizar la facilidad, el entusiasmo y la importancia con que ha aceptado este aparato, que está produciendo una regeneradora revolución en el mundo, y nosotros, los entusiastas de las demás provincias, debemos rendirle el justo tributo de nuestra admiración, procurar colocarnos a su altura y enaltecerla como poderoso palenque de nuestros entusiasmos".

Las carreras

Para entonces, al margen de las pruebas de velocidad, las de resistencia eran unas fijas entre los aficionados locales, como la que se celebró el 23 de junio de 1895 entre Albacete y Murcia, dándose la salida a los corredores a las cuatro en punto de la mañana, frente a la primera casilla de la carretera de Murcia. En esa prueba tomaron parte los ciclistas Antonio Fernández Uribe, Francisco Escolar y Rafael Moreno. La clasificación final terminó encabezada por Escolar, que llegó a la meta a las doce y cuarto; segundo fue Moreno, a las tres y cuarto, y tercero, Fernández, a las cuatro. Es decir, que el menor tiempo quedó registrado en nueve horas y quince minutos.

Ya en abril de 1896, varios ciclistas albacetenses y hellineros se marcaron el reto de batir al tren correo entre Albacete y Murcia, en torno a 145 kilómetros. Y en junio se celebró otra carrera de Albacete a Murcia, organizada por clubes ciclistas de ambas localidades, por la promotora del velódromo de Albacete y la Sociedad Velocipédica Hellinense. "Por fin se ha llegado a un común acuerdo entre las sociedades velocipédicas de Albacete y Hellín para la celebración de la carrera de fondo Murcia-Albacete para el día 14 de junio", se publicó en El Deporte Velocipédico, desgranando las condiciones generales de la prueba, como su salida desde el fielato de la puerta de Castilla, en Murcia, hasta la primera casilla de peones camineros situada en la puerta de Murcia en Albacete, donde estará la meta, fijándose a las cinco de la mañana la hora de la salida.

El ciclismo vivía un momento vibrante en esos meses y años, hasta que el 15 de noviembre de 1895 echó a correr en el madrileño barrio de Las Letras la Unión Velocipédica Española (UVE), germen de la actual Real Federación Española de Ciclismo, a la que se sumaron muy pronto como socios aficionados de la provincia.

En Albacete, Manuel Collado González, Alberto Clemente García, Carlos García Gutiérrez, el estudiante Francisco Sánchez, Manuel Serrano y Camacho, el empleado de banca Eduardo Menchero y Adolfo Macragh, estudiante y cónsul por Albacete en la séptima región de la UVE. En Almansa, los socios eran el empresario Francisco Rey Ordóñez y el fondista Pedro Sarrión Sánchez, y en El Bonillo, el comerciante Emilio López y Pedro Martín Martí.

Las primeras normas

De esta manera, el ciclismo como deporte y la bicicleta como afición ya eran realidades consolidadas a finales del Siglo XIX y en los primeros compases del Siglo XX. Y esto era así hasta tal punto que el Gobierno Civil decidió regular el uso del velocípedo en Albacete en junio de 1903.

Para entonces, los velocípedos se habían multiplicado en las calles y caminos, convirtiéndose en un motivo de preocupación para las autoridades. "La moda del ciclismo, que trae consigo diversión y rapidez en los desplazamientos, también ha ocasionado no pocos accidentes, muchos de ellos provocados por ciclistas inexpertos o por máquinas que carecen de timbres, frenos y demás elementos de seguridad", señalaba el gobernador civil, Alejandro de Castro y Casal, en su circular número 80.

La circular establecía un registro obligatorio para todos los velocípedos que circulasen por la capital y pueblos de la provincia. "Desde el 1 de julio de 1903, ninguna bicicleta podrá transitar sin llevar consigo una placa metálica numerada, que deberá coincidir con la inscripción en dicho registro", señalaba la ordenanza, apuntando que la chapa, "visible y colocada en el cuadro, será niquelada con números negros para los velocípedos particulares".

En el caso de las bicicletas destinadas a alquiler, se debían distinguir por una placa blanca con números negros, de al menos 8 por 5 centímetros. Además, para obtener el permiso se estableció como indispensable la presentación de un volante firmado por el alcalde que acreditase la vecindad del solicitante, así como el comprobante de haber pagado el arbitrio municipal anual.

De esta forma, sin prisa, pero tampoco con pausa, nació el deporte velocipédico y la afición por la bicicleta en Albacete, ciudad pionera en esta materia, como en tantas cosas.

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