Albacete, la ciudad en la que se hizo la luz

Desde 1888, nuestra capital marcó la vanguardia en electricidad, pero a lo largo del siglo XX vivió numerosos apagones; de hecho, una flamante Avenida de España se quedó a oscuras durante días por problemas con el suministro, mientras que el Parque Lineal sufrió un apagón en la inauguración, dejando amplias zonas sin luz hasta la madrugada
El 1 de abril de 1888, Albacete dejó de ser aquella ciudad alumbrada por la llama tenue de los faroles de petróleo y se convirtió en una de las primeras urbes de España con alumbrado público eléctrico. Aquella fecha marcó mucho más que un cambio tecnológico, convirtiéndose en una auténtica revolución social, abriendo la puerta a la modernidad y dibujando una nueva identidad para la capital manchega.
Albacete está de enhorabuena, escribía La Paz de Murcia el 4 de abril de 1888 en una crónica emocionada por lo que representaba aquel avance: un alumbrado público que envidiarían poblaciones mucho más importantes, añadía la crónica periodística. Y no era para menos. A diferencia de otras ciudades que ya habían pasado por la transición del gas, Albacete dio el salto directamente desde el petróleo a la electricidad. Esta ausencia de infraestructura previa pudo haber facilitado la implantación rápida del nuevo sistema. Apenas 200 faroles de petróleo precedieron el cambio y la ciudad se volcó rápidamente en la luz candente.
El sistema usado fue el perfeccionado por R. J. Gülcher y otros fabricantes alemanes reconocidos, y la Sociedad Albacetense de Electricidad, constituida por varios inversores locales y foráneos, se encargó de su ejecución. Con la llegada de la electricidad se impulsaron nuevas empresas y, con ellas, numerosos empleos en el sector industrial. Lógicamente surgieron centrales hidroeléctricas alimentadas por el río Júcar, como Los Frailes, El Torcido o La Manchega Eléctrica, que marcaron el paso de la economía agrícola a la industrial.


Estos datos y otros muchos se recogen en el interesante libro Una historia de luz, industria y modernidad en la llanura albaceteña, de Benito Gil Giménez, que rescató en 2021 esta historia, reivindicando el papel pionero de la ciudad, a menudo olvidado en la memoria industrial de España. Esos cambios inspiraron a Azorín para describir a nuestra ciudad como el Nueva York de La Mancha. Así lo hizo en su obra Superrealismo, al comprobar en sus viajes en tren que la capital aparecía iluminada por un halo eléctrico que parecía desafiar la monotonía de la llanura castellana.
Una Feria a media luz
No obstante, a lo largo del siglo XX, Albacete fue testigo de numerosos apagones eléctricos, por fallos técnicos, por condiciones meteorológicas adversas y hasta por restricciones impuestas por conflictos bélicos. De esta manera, los cortes de suministro han sido frecuentes protagonistas en la prensa local. Así, el 24 de septiembre de 1929, El Defensor de Albacete reflejaba su decepción tras una Feria que, pese a unas iluminaciones espectaculares y el adorno artístico de la torreta de Electro Albacetense, se vio empañada por varios apagones totales. "Algunos han durado bastante", denunciaba el periódico, señalando que incluso en la última jornada, con cielo despejado, la ciudad volvió a quedarse a oscuras por un rato. Aquella crítica no solo era técnica, sino también emocional: los apagones eran un jarro de agua fría en una fiesta de luz.

Ya, el 16 de junio de 1934, las calles de Tesifonte Gallego y zonas adyacentes se quedaron completamente oscuras. Los postes eléctricos se desplomaron en el lugar del desaparecido quiosco de música, sin dejar heridos. Por ese motivo, la prensa local lo narró con tono entre irónico y poético: "¿Habrá sido la protesta del quiosco derribado en su despedida ese apagón de anoche?"
En junio de 1936, en la víspera de la Guerra Civil, una nueva tormenta provocó un apagón que llevó a los vecinos a volver a las épocas en que la luz eléctrica era desconocida. Poco después, ya inmersos en la contienda nacional, el gobernador civil Justo Martínez Amutio decretó un severo apagón por razones de seguridad: desde el 25 de noviembre de 1936, todas las luces exteriores debían apagarse a las ocho de la noche y las ventanas tenían que cubrirse. Las sirenas o campanas anunciarían los bombardeos. En plena guerra, el apagón ya no era técnico ni accidental: era una estrategia.


Los años 50 trajeron nuevas penurias energéticas. En octubre de 1953, Albacete vivió dos días de apagones generalizados y, en abril de 1954, en medio de recortes, un poema popularizó el uso de la vela:
A la vela, vela
esta es la canción
que ha puesto de moda
doña restricción.
La gente pregunta
qué raro talante
dónde está esa zona
de centro levante.
En la que aseguran
personas muy serias
que no se precisan
de la vela, vela.
Porque en Albacete
graciosa excepción
continúe imperando
doña restricción.
Y los niños cantan
a la rueda, rueda
el viejo estribillo
de la vela, vela.
Así protestaba la prensa local en unos tiempos en los que la población parecía, cuando la electricidad no era un derecho garantizado, sino un lujo intermitente.
El 12 de noviembre de 1955, la flamante avenida Rodríguez Acosta, que conectaba Gabriel Lodares con la Circunvalación —hoy avenida de España— se quedó completamente a oscuras tras unos días de agonía de sus fluorescentes. A pesar de la promesa de que esta céntrica vía se conectaría con la red general española, el problema no se resolvía. La ironía flotaba en el ambiente: mientras algunas calles sufrían apagones continuos, otras derrochaban luz día y noche por negligencia.
Solo unos días después, el 16 de noviembre, un apagón nocturno dejó a Albacete con aspecto del siglo XVIII. El mismo artículo denunciaba el derroche de energía: faroles encendidos 24 horas durante años en varias calles, como Onésimo Redondo o Doctor Bonilla, en contraste con otras zonas sin luz.
De todas maneras, la oscuridad no solo traía incomodidad, sino que también servía de cobertura para los delincuentes. El 15 de diciembre de 1955, un ratero aprovechó un apagón en la calle Blasco Ibáñez para intentar robarle el bolso a una mujer. La Voz de Albacete se preguntaba con desprecio qué tipo de delincuente aprovecha así la desgracia común, cuestión que se repetía con cierta frecuencia.
Apaga y vamonos

En marzo de 1957, con el título Apaga y vámonos, se describían en La Voz de Albacete apagones continuos, transiciones de luz normal a luz de candil, tinieblas absolutas, confusiones de plomos y lámparas dañadas. Incluso el suministro de agua potable se veía afectado, provocando la indignación en los hogares, en los que los grifos terminaban mudos. La ciudad, con cerca de 70.000 habitantes, exigía formalidad a su proveedor eléctrico.
El 10 de noviembre de 1965, los medios locales pidieron medidas urgentes para que el partido España-Irlanda pudiera verse en Albacete pese a los apagones frecuentes. Y en febrero de 1967, un corte sin precedentes dejó sin energía incluso a La Voz de Albacete, que dudaba de si podría salir a imprenta. "El viento", dijeron, "fue el culpable".
El 6 de julio de 1977, un apagón nacional afectó a casi toda España. En Albacete duró unos 40 minutos. Y un año después, en agosto de 1978, una tormenta de verano obligó a suspender los Festivales de la ciudad y hasta la televisión cayó por culpa del repetidor de Chinchilla.
En 1981, Albacete vivió varios apagones destacables: el 14 de febrero, una avería en una conducción subterránea dejó sin luz a varios barrios, afectando incluso a los servicios de emergencia; en julio, un camión derribó un poste cerca del canal de María Cristina, dejando sin suministro al mercado de Villacerrada; y el 8 de septiembre, día de la inauguración del Parque Lineal, otro apagón afectó a amplias zonas de la ciudad desde las 23:30 horas. El apagón se prolongó más allá de la madrugada, aunque para suerte de los albacetenses y de quienes nos visitaron ese día de la Virgen de los Llanos, no afectó ni al Recinto Ferial, ni al paseo, ni se produjeron incidentes a resaltar.
Ese mismo año, el 27 de diciembre, se informó de otro suceso curioso: un gato había dejado a oscuras algunos barrios de la ciudad tras entrar en la subestación de la carretera de Peñas y provocar un cortocircuito.
Está claro que los apagones en Albacete han sido reflejo de épocas de escasez, conflictos y avances técnicos insuficientes, pero también han sacado a relucir el ingenio, el humor y la resiliencia de sus habitantes. De la vela a los generadores, de la queja en verso al teléfono que comunica, la ciudad ha atravesado cada corte de luz con una mezcla de paciencia y crítica. Hoy, los apagones siguen siendo un símbolo de cómo la vida cotidiana puede cambiar en un segundo cuando se apaga la luz.