De las cartas en diligencia a la primera huelga de Correos

27.04.2024

Sede de Correos en la calle Francisco Fontecha en 1930 (Luis Escobar Archivo Digital de Castilla-La Mancha)


Correos se convirtió en servicio público en el Siglo XVIII, pero no hubo reparto en prácticamente todos los pueblos de la provincia hasta 1862


La huelga en la empresa pública de 1922 obligó al Gobierno Civil a movilizar a la Benemérita, policía y personal de bancos privados para garantizar el servicio postal


Su sede en la capital ha pasado por diversas ubicaciones, las más duraderas, la de la plaza del Altozano y la actual, en la calle Dionisio Guardiola


La tecnología, que avanza a pasos agigantados, ha cambiado la vida que conocieron nuestros padres, nuestros abuelos. Un albacetense que viviera hace un siglo o dos saldría medio chiflado si de un plumazo se plantara en esta ciudad de hoy. Son tantas las cosas que han progresado que resultaría agotador ni siquiera elaborar un listado.

Pero es indudable que hay cosas que han cambiado tanto que incluso han modificado nuestro tiempo y nuestra forma de vivir, y que merecen ser recordadas, por ejemplo, el correo. ¿Quién en día escribe hoy una carta o una postal? Para nuestro pesar, las cartas que recibimos en nuestros buzones o son de Hacienda, o para advertirnos de una multa de tráfico, o un aviso de un descubierto en el banco, o una revisión médica o para votar en unas elecciones.

El correo moderno, tal y como lo consideramos hoy en día como servicio público, se remonta en España al Siglo XVIII. Y fue un Borbón, Felipe V, quien dicen que se preocupó de fundar una empresa pública para que se encargara de esta labor. Quizá por eso se le conoció como El Animoso.

En Albacete, como en el resto de las provincias, su desarrollo fue acorde a los tiempos, y pasadas escasas décadas desde que arrancara como servicio público, ya era uno de los puntales del Estado. Vamos, que desde muy pronto ya manejaba un importante presupuesto.

Mapa de rutas de Correos y Postas en 1862 / Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya

Caminos reparados a cuenta de Correos

Viajemos a 1814. España dejaba atrás el reinado de Pepe Botella, José I Bonaparte, hermano mayor de Napoleón. Se preparaba la vuelta a nuestro país de Fernando VII, El Deseado, dicen, tras recobrar la corona. Y se preparó su regreso, muy propio de los borbones, por todo lo alto. Entre las ciudades por las que iba a pasar la comitiva, Albacete, por lo que se urgió a la reparación de los caminos por los que iba a circular tan importante autoridad regia, proyecto de monarca absolutista, como así se confirmó.

Pues bien, se encargó a la Administración de Correos que reparara esos caminos de todo el recorrido real, que en su mayoría estaban intransitables. Y así se hizo. ¡Será por dinero!

Y este asunto no fue baladí, sino que enfrentó a Albacete con Chinchilla. El alcalde albaceteño del momento, Luis Roca de Togores Rosel, conde de Pinohermoso y padre del futuro marqués de Molins, Mariano Roca de Togores y Carrasco, logró que el monarca no sólo pasara por la entonces Villa de Albacete en detrimento de Chinchilla de Montearagón, que ya era una Ciudad con todos los honores, sino que incluso pasara la noche.

En aquellos primeros tiempos de Correos el coste del servicio no era ni económico ni sencilla su organización. Por eso no existía un reparto diario, ni mucho menos. En 1835 llegaba dos días por semana, los domingos y jueves al anochecer. Y eran frecuentes las quejas de los ciudadanos a los que, por carecer de un apartado o por ahorrarse el sobrecoste de que le llegara la misiva a su casa, se les dejaba sin su correspondencia. Por eso, por aquel entonces, hubo vecinos que invitaron a la administración a colocar en su sede una tablilla con una lista de las cartas recibidas.

Diligencia del servicio de Correos. / Universidad Politécnica de Madrid

Se traslada a Chinchilla

Tiempos complicados en una España con una rebelión carlista que trataba de imponer otro orden político, y de la que Albacete no se libró. Esa fue una de las razones por las que, de forma provisional, en los primeros compases de 1837, la Administración de Correos dejó Albacete como sede principal y se trasladó a Chinchilla. Y así fue hasta 1840. El temor a los desmanes carlistas era mucho, y las instituciones, sus responsables y las 'gentes de bien' pusieron pies en polvorosa y abandonaron la ciudad.

En el verano de 1837, y en plena sublevación carlista, a la reina regente, María Cristina de Borbón Dos Sicilias, y según una circular gubernativa, le llamaba "muy particularmente la atención" la repetición de los asaltos a las diligencias de Correos, que eran interceptados y quemada la correspondencia pública, "causando perjuicios enormes a todas las clases del Estado". Así las cosas, y fruto de esa preocupación real, se ordenó al Ministerio de la Guerra que pusiera firmes a los responsables militares de cada provincia para que dieran preferencia a la custodia del servicio postal oficial, idéntica orden que se dio a los jefes políticos de las provincias para que cuidaran y vigilaran la seguridad de los caminos para evitar los atracos, e instando a los administradores de Correos a conducir la correspondencia en caballerías o en carros y no con otros medios.

Carta de Correos y Postas en 1862 / Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya

Pero, además, la reina regente prometió una onza de oro a cada miliciano que cogiera con las manos en la masa a cada "faccioso-ladrón" en el momento del robo, instando a los alcaldes a velar por la seguridad del correo oficial en sus jurisdicciones, pudiendo disponer para ello de la milicia nacional y de los "demás ciudadanos honrados", orden que fue recibida por el regidor local, Francisco Gómez González.

La circular se repitió en años posteriores, mientras que la Administración de Correos trataba de mejorar su servicio. En agosto de 1841, el Gobierno acordó que la correspondencia llegara tres veces por semana a Albacete en su camino de ida y vuelta desde Madrid a Murcia, Cartagena y Alicante y viceversa. Todo un avance, como el que se dio en 1845, con la reparación de la Casa de Correos, que estaba en una penosa situación, o cuando, en enero de 1852, desde la Central de Correos se determinó que no se tomaría ni una carta más que no contara con el franqueo correspondiente.

Pero parece que hubo quienes no terminaron de comprender el ultimátum dado en materia de franqueo, en concreto, los alcaldes, corporaciones y demás personas que abusaban de los envíos de documentación al Gobierno de la provincia, cuyas arcas no estaban para fiestas, por lo que se advirtió que correspondencia no franqueada, quedaría detenida.

Se amplía la cobertura

De forma progresiva, se fue implantando el servicio en más municipios hasta que, a partir del 1 de mayo de 1862 se anunció envíos diarios por cuenta del Estado en todos los pueblos de la provincia que carecieran "de tan importante beneficio". Para ello, se solicitó la colaboración de los alcaldes donde no hubiera estafeta y cartería para facilitar el servicio poniendo a disposición un espacio. Y más responsabilidades para los regidores locales, como la supervisión de las valijas o quien considerasen oportuno para que los conductores no vieran el contenido.

Fue un cambio radical en Correos, que prestaría su servicio dos veces al día gracias a las estafetas ambulantes del ferrocarril en Villarrobledo, La Roda, Albacete, El Villar, Almansa, Minaya, La Gineta, Chinchilla, Alpera y Caudete, mientras que de Albacete a Casas-Ibáñez, el correo se llevaría a caballo.

Y con el desarrollo del servicio, en este país nuestro de normas y leyes, llegó el Reglamento para el Régimen y Servicio del Ramo de Correos, que entró en vigor en julio de 1889.

Felicitación de Navidad de los carteros, y un profesional, en pleno servicio. / Biblioteca Nacional de España

La iniciativa, firmada por la reina regente, María Cristina, en nombre de su "augusto hijo", el rey Don Alfonso XIII, indicaba, en su articulado, que el correo se debía encargar de recibir, transportar y distribuir cartas, tarjetas postales, periódicos, impresos de todas clases, papeles de negocios, muestras de comercio y medicamentos, cartas con valores declarados o con fondos públicos y objetos asegurados. Y advirtiendo, entre otras cuestiones, que no se permitiría la circulación si en la cubierta de los objetos se hubieran escrito palabras ofensivas a la moral o contrarias al orden público.

Con el tiempo, el ferrocarril se consolidó como la forma más eficaz de transportar el correo, y esto fue de esta forma hasta tal punto que en julio de 1894 se sacó a licitación el servicio de conducción diaria de ida y vuelta, en carruaje, de la correspondencia entre la estación férrea de esta capital y las oficinas de Correos, bajo el tipo do 850 pesetas anuales, una pasta para aquel momento.

La huelga de 1922

Conforme la empresa pública iba ganando personal, también surgieron los problemas laborales, y en 1922 se dio una sonada huelga de funcionarios de este servicio público. Corría el mes de agosto, y se repitieron los días en los que no se repartió la correspondencia. Así, los pliegos oficiales se cursaban por el Gobierno Civil por conducción de la Guardia Civil. También funcionaba la estafeta de la Estación Férrea, servida por un funcionario de la brigada móvil de la policía.

Visto que no se alcanzaba un acuerdo con los trabajadores, el Gobierno Civil acordó que en la Caja de Ahorros y Giro Postal se turnaran empleados del Banco de España, Hispano Americano, Central y Español de Crédito. Y para el reparto del resto de la correspondencia se echó mano de otros profesionales, aunque no sin pocas complicaciones.

La sede de Correos en la calle Francisco Fontecha fue construida por la empresa Erroz y San Martín de Pamplona. En la fotografía de abajo, a la derecha, estado de las obras en 1928. / Albacete en Fiestas

Despedida homenaje al jefe provincial de Correos y Telégrafos de Albacete. / Luis Escobar (Archivo de la Imagen de Castilla-La Mancha)

La cuestión del personal no se terminó de solucionar y un par de años después, en noviembre de 1924, desde la prensa local, en periódicos como El Diario de Albacete, se denunciaba que desde esta empresa pública se iba a hacer un "verdadero descuaje" en la plantilla, ya que "hijos de Albacete en su mayoría, que llevan aquí muchos años, van a ir por ahí como tirados con onda". "Teníamos noticia de que el personal fue siempre muy escaso en esta Administración de Correos, la que por lo abrumador da su servicio nocturno, puede considerarse como oficina 'de castigo', y de ahí que nos sorprendiera que, en vez de aumentar aquí funcionarios, se llevaron los pocos que hay a prestar servicio en otra parte", apuntaba el artículo.

Quizá, la falta de personal fue la causa por la que, en enero de 1935, numerosos vecinos de las calles del Rosario, Herreros, Feria y otras se quejaran públicamente de lo tarde que se hacía en esas zonas el reparto de las cartas y demás correspondencia, "pues cada día vienen más tarde los carteros". Así se publicó en la prensa local, añadiendo además que la principal queja procedía de los comerciantes, "quienes no podían comprobar en tiempo y forma la llegada de los giros postales a sus cuentas bancarias". Lógico malestar.

Empleados de Correos. / Luis Escobar (Archivo de la Imagen de Castilla-La Mancha)

Un año después, cuando estalló la Guerra Civil, Albacete tendría un papel clave como sede de las Brigadas Internacionales. Imagínense, miles de voluntarios procedentes de medio centenar de países. ¿Cómo se organizó el correo? Fue una tarea compleja de la que el filatélico Julián Palmero dio buena cuenta en su trabajo Plaza del Altozano. Albacete, Estafeta Central de las Brigadas Internacionales. La correspondencia se censuraba militarmente por varios motivos, como evitar que si el correo era requisado por el bando nacional, se descubriera la ubicación de las tropas y para estar al tanto del ánimo de los voluntarios.

De mudanza en mudanza

Lo que tardó Correos fue en buscarse su casa definitiva. Hubo varias sedes y, de hecho, en el Siglo XIX se ubicaba en la calle Mayor con Rosario, en la Casa de Girón, para pasar después a la calle del Cura y, luego, a la calle San Antonio, números 2 y 4, con un buzón a la calle y dos ventanillas en el interior en un local de alquiler que costaba 8.000 pesetas anuales.

Después se trasladó a pleno centro de la capital, tras numerosos trámites y reivindicaciones por parte del Ayuntamiento. Fue en 1927 cuando el alcalde de entonces, Dionisio Yáñez, se llevó el gato al agua y consiguió que el Gobierno destinara 118.000 pesetas, según el concurso público convocado al efecto, para la Casa de Correos y Telégrafos de la calle Francisco Fontecha, en la actual Delegación de Hacienda.

La actual sede de Correos, en Dionisio Guardiola, en obras. / Tres edificios de comunicaciones en España (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)

Más de 40 años permaneció en esa sede Correos, hasta los años 70, cuando se optó por ampliar unas instalaciones que se habían quedado obsoletas y pequeñas. De forma provisional, se trasladaron al barrio de La Pajarita, a unos locales propiedad de Policarpo Tornero, que estuvo años sin cobrarles el alquiler, a lo mejor, porque no lo necesitaba. Le había tocado la Lotería años antes. Ya, en diciembre de 1978, el 1 de diciembre, Correos inauguró en Dionisio Guardiola sus actuales dependencias sobre el antiguo solar de las Escuelas Graduadas, más de 2.000 metros cuadrados, diseñadas por el arquitecto Juan Salabert con un coste de 150 millones de pesetas, 900.000 euros de hoy en día.

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